sábado, 10 de noviembre de 2007

Rompe la inercia.

Después de cruzar la puerta, siempre supe qué me esperaba: la desidia máxima, aunque ya lo vaticinaste tanto tiempo, que sin ti mi vida no tendría sentido alguno, que tú estabas hecho para mí y que yo me farrearía el no estar contigo, y que yo era sólo quien perdía.

Pero, sin embargo, me volteé para mirar por última vez hacia atrás, como para dejar atrás todo lo vivido hasta ese entonces, convencida que era lo que deseaba, pero con un dejo de inquietud de que él tuviera razón en sus dichos.

Todo había empezado como siempre en nosotros. La eterna disputa del sí y no, que “porque yo quiero tienes que hacerlo”, que lo natural aquí debía ser imperativo cuando él quería y no cuando yo deseaba, fue lo que terminó haciendo el “clic” definitivo. Ya no tenía miedo en dejarlo, ahora que sabía a ciencia cierta que todo el gran amor que sentía alguna vez, por alguna razón, se había esfumado.

Me gritó violento, desde la cama que habíamos compartido minutos atrás, que si cruzaba la puerta de ese cuarto, no volvería a saber nada más de él. Yo tenía la garganta apretada; yo sí lo amé, con un sentimiento puro, que él ensució con su deseo imperativo y obsesivo… nunca confió lo suficiente en mí como para alejarme de mis amigos; yo quería un hombre y no otro padre, cosa que no entendió jamás. Hasta para insultarme fue imperativo: no volvería a saber nunca nada de él. Y aunque parte de mí no quería eso, crucé la puerta arriesgándome a todo… me arriesgué a vivir tranquila…

Me tuve que aguantar las ganas de llorar. Sabía que perdía lo que creía amor, las promesas de amor eterno y todo eso; pero ya había estado lo suficientemente oprimida para seguir estándolo al lado del hombre que me prometía un amor opresor. Yo amaba mi libertad…

Miré la ventana del cuarto desde la calle. Vi su silueta escondida tras la cortina. Tuve ganas de volver a sus brazos… pero una extraña fuerza me impulsó hacia mi automóvil, y salí arrancando, sin antes mirar nuevamente a la ventana. Supe que no me creía capaz de desobedecerlo hasta ese momento. En ese instante, era más yo que nunca. Y él… ya no era más él.

Verano del 2006.