lunes, 17 de diciembre de 2007

Despierto de un sueño contigo.

Es la sensación más dulce que he tenido jamás en mi vida. Despertarme una mañana y no sentir ese frío polar que suele acompañarme. Esa soledad que suele inundarme.
Y resulta que esa mañana, al abrir mis ojos, un suave color claro, tibio y abrasador me invita a no moverme. Porque nunca antes supe lo que era despertar a tu lado ni al lado de nadie. Nunca antes había disfrutado tanto un amanecer en compañía como aquella mañana, ni que todos los aromas a flores que suelen entrar por la ventana fueran tan tenues al lado de tu aroma, aquel que reconocería entre multitudes...
Al estirar mi brazo encuentro ese lugar donde mil veces me refugié de todo y de todos, tu pecho; el único lugar donde yo soy yo, donde mis miedos son una broma y donde encuentro la paz que aquí afuera no existe. Tu pecho se mueve y ahí te encuentro, mirándome; tu expresión es tan cómica y a la vez la mía es igual, te ríes y yo junto contigo y se me olvida qué hay que hacer, cuando lo único que se me ocurre es lo mismo que se te ocurre a ti. Nos miramos y sin decir nada yo te alcanzo, porque tengo ganas de hacer nada más que el amor contigo, mi única expresión genuina de todo lo que siento por ti...
Mientras me aferro a ti, me susurras cosas al oído; ese vahido nauseoso me inunda y no tengo idea dónde estamos, ni quiénes éramos, ni en qué punto terminan tu cuerpo y el mío...
... Hasta que aterrizo en esta cama, tan violenta y suave a la vez.

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